Un estudio realizado por la Unidad de Investigación del centro de salud La Alamedilla, perteneciente al Instituto de Investigación Biomédica de Salamanca (IBSAL), muestra que las personas que habitualmente consumen productos lácteos desnatados presentan mejores parámetros de salud cardiovascular que aquellas que toman lácteos enteros.
La investigación, que acaba de ser publicada por el Nutrition Journal, incluyó a 265 pacientes sometidos a dos pruebas que se consideran marcadores de enfermedad cardiovascular. Una de estas pruebas se centra en la carótida, la arteria del cuello que lleva la sangre a la cabeza. En concreto, mide el grosor de la íntima, la capa interna de la arteria. La segunda prueba es la velocidad de onda de pulso, que mide la rigidez arterial. Además, a los participantes en el estudio se les pasó un cuestionario sobre la frecuencia de consumo de alimentos para distinguir entre los consumidores de leche, quesos, yogures y otros lácteos desnatados y enteros.
Claramente, “la diferencia está en la cantidad de grasa”, señala José Ignacio Recio, investigador del centro de salud de Salamanca. Al eliminar las grasas, los lácteos desnatados contribuirían a tener un menor riesgo cardiovascular, algo que no se había demostrado. “Hasta ahora se había estudiado la asociación entre el consumo de lácteos y los malos resultados en estos parámetros cardiovasculares, pero no se había diferenciado entre los productos enteros y desnatados”, agrega.
Esta publicación forma parte de un amplísimo estudio sobre salud cardiovascular denominado EVIDENT, coordinado por los profesionales de La Alamedilla, que forman parte del IBSAL y de la Universidad de Salamanca. En la investigación participaron más de 1.300 personas de entre 20 y 80 años de varias ciudades de España sin patologías cardiovasculares previas. Las pruebas se realizaron entre 2010 y 2012, pero los resultados son tan amplios que se siguen publicando en la actualidad. En la parte que se ocupa de productos lácteos solo se incluyeron a los pacientes de Salamanca debido a la complejidad de las pruebas.
Los participantes fueron divididos entre consumidores de lácteos enteros y desnatados y cada uno de estos grupos fue, a su vez, dividido en tres: los que consumían más de 125 gramos de estos productos (aproximadamente medio vaso de leche o un yogur), los que consumían hasta esa cantidad y los que no consumían. La tendencia que se dibuja es clara: a mayor ingesta de productos lácteos enteros la velocidad de onda de pulso presenta valores más elevados y el grosor de la íntima de la carótida es mayor.
Por el contrario, cuanto mayor es el consumo de productos desnatados, los valores de estos dos parámetros son menores. El resultado fue corroborado por otro tipo de prueba que no dividió a los sujetos en grupos, sino que analizó el consumo total.
En definitiva, la cantidad de grasa de aportan los lácteos enteros contribuye a la rigidez arterial y a la aterosclerosis o acumulación de lípidos en las paredes arteriales. Los valores elevados de grosor de la íntima de la carótida y de velocidad de onda del pulso arterial se relacionan con una mayor frecuencia de eventos cardiacos, como los infartos, de manera que parecen muy relevantes para medir la salud cardiovascular.
Además, esta asociación con los lácteos es independiente de otras variables, ya que los resultados están ajustados en función de otros factores que pueden influir, como la edad, el sexo, el índice de masa corporal, la ingesta energética total, ser fumador o tomar fármacos para el colesterol o la hipertensión, entre otros.
Un estudio realizado por la Unidad de Investigación del centro de salud La Alamedilla, perteneciente al Instituto de Investigación Biomédica de Salamanca (IBSAL), muestra que las personas que habitualmente consumen productos lácteos desnatados presentan mejores parámetros de salud cardiovascular que aquellas que toman lácteos enteros.
La investigación, que acaba de ser publicada por el Nutrition Journal, incluyó a 265 pacientes sometidos a dos pruebas que se consideran marcadores de enfermedad cardiovascular. Una de estas pruebas se centra en la carótida, la arteria del cuello que lleva la sangre a la cabeza. En concreto, mide el grosor de la íntima, la capa interna de la arteria. La segunda prueba es la velocidad de onda de pulso, que mide la rigidez arterial. Además, a los participantes en el estudio se les pasó un cuestionario sobre la frecuencia de consumo de alimentos para distinguir entre los consumidores de leche, quesos, yogures y otros lácteos desnatados y enteros.
Claramente, “la diferencia está en la cantidad de grasa”, señala José Ignacio Recio, investigador del centro de salud de Salamanca. Al eliminar las grasas, los lácteos desnatados contribuirían a tener un menor riesgo cardiovascular, algo que no se había demostrado. “Hasta ahora se había estudiado la asociación entre el consumo de lácteos y los malos resultados en estos parámetros cardiovasculares, pero no se había diferenciado entre los productos enteros y desnatados”, agrega.
Esta publicación forma parte de un amplísimo estudio sobre salud cardiovascular denominado EVIDENT, coordinado por los profesionales de La Alamedilla, que forman parte del IBSAL y de la Universidad de Salamanca. En la investigación participaron más de 1.300 personas de entre 20 y 80 años de varias ciudades de España sin patologías cardiovasculares previas. Las pruebas se realizaron entre 2010 y 2012, pero los resultados son tan amplios que se siguen publicando en la actualidad. En la parte que se ocupa de productos lácteos solo se incluyeron a los pacientes de Salamanca debido a la complejidad de las pruebas.
Los participantes fueron divididos entre consumidores de lácteos enteros y desnatados y cada uno de estos grupos fue, a su vez, dividido en tres: los que consumían más de 125 gramos de estos productos (aproximadamente medio vaso de leche o un yogur), los que consumían hasta esa cantidad y los que no consumían. La tendencia que se dibuja es clara: a mayor ingesta de productos lácteos enteros la velocidad de onda de pulso presenta valores más elevados y el grosor de la íntima de la carótida es mayor.
Por el contrario, cuanto mayor es el consumo de productos desnatados, los valores de estos dos parámetros son menores. El resultado fue corroborado por otro tipo de prueba que no dividió a los sujetos en grupos, sino que analizó el consumo total.
En definitiva, la cantidad de grasa de aportan los lácteos enteros contribuye a la rigidez arterial y a la aterosclerosis o acumulación de lípidos en las paredes arteriales. Los valores elevados de grosor de la íntima de la carótida y de velocidad de onda del pulso arterial se relacionan con una mayor frecuencia de eventos cardiacos, como los infartos, de manera que parecen muy relevantes para medir la salud cardiovascular.
Además, esta asociación con los lácteos es independiente de otras variables, ya que los resultados están ajustados en función de otros factores que pueden influir, como la edad, el sexo, el índice de masa corporal, la ingesta energética total, ser fumador o tomar fármacos para el colesterol o la hipertensión, entre otros.